El sábado 21 de septiembre se conmemora el Día Mundial del Alzheimer. El lema de este año es #Evolución y ha sido acuñado por la Confederación Española de Alzheimer (CEAFA). Esta enfermedad es la causa más frecuente de demencia, y se caracteriza por un deterioro cognitivo importante que incluye la pérdida de memoria, alteraciones en el lenguaje y en la movilidad y dificultades para realizar actividades de la vida cotidiana, entre otras cosas.
Según datos de CEAFA, esta enfermedad ligada al envejecimiento afecta a un 7% de la población mayor de 65 años, mientras que las posibilidades de padecerla van aumentando a medida que avanza la edad, llegando hasta casi el 50% en los mayores de 85 años.
El Alzheimer es una enfermedad degenerativa que presenta unos cambios significativos en el cerebro de la persona afectada: aparición de ovillos neurofibrilares de proteína tau, que son inclusiones de fibras anormales en las neuronas y que resultan esenciales para el diagnóstico de la enfermedad; depósito de la proteína beta-amiloide en la placa neurítica o rodeando los vasos que nutren el cerebro; degeneración granulovauolar, es decir, en las neuronas aparecen vacuolas agrupadas; pérdida de sinapsis y presencia de cuerpos de hirano.
Todavía no se ha encontrado la causa del Alzheimer. Las primeras lesiones se inician en el hipocampo, región cerebral que se encarga de la formación de nuevos recuerdos, y de ahí se extienden a otras regiones del cerebro. Estas lesiones podrían haber comenzado hasta 15 o 20 años antes de que aparezcan los primeros síntomas, lo que se conoce como fase preclínica.
Aunque no haya una causa específica, cada vez hay más evidencias de que el origen del Alzheimer se deba a una combinación de varios factores de riesgo. Algunos no son modificables, como el envejecimiento y la genética, que influye en el riesgo de padecer la enfermedad, aunque en la gran mayoría de los casos no es determinante. Otros, por su parte, sí se pueden modificar: los factores de riesgo cardiovascular (diabetes, hipertensión, tabaquismo, obesidad, etc.) y el estilo de vida (alimentación y actividad física, cognitiva y social). El envejecimiento activo en residencias de mayores ayuda a controlar los factores de riesgo modificables que afectan a la salud cerebral y se pueden reducir las posibilidades de padecer esta demencia o de retrasar su aparición.
La enfermedad del Alzheimer tiene tres fases, cada una con unos síntomas:
Fase leve
El enfermo se olvida de eventos recientes, disminuye su percepción del medio ambiente y sufre desorientación espacio-temporal. Se reduce su concentración y aumenta la fatiga. Aparecen cambios de humor y síntomas de depresión con apatía, falta de iniciativa y de interés, además de muestras de agitación, ansiedad e inquietud. Disminuye su capacidad de juicio y le resulta difícil resolver nuevas situaciones y organizar actividades. Es común que algunos de estos síntomas pasen desapercibidos tanto para el enfermo como para los familiares.
Fase moderada
Aparecen problemas de lenguaje (afasia): al enfermo le cuesta hablar, expresarse y darse a entender; problemas de funciones aprendidas (apraxia): no sabe cómo vestirse, cómo utilizar los cubiertos, etc.; y problemas de reconocimiento (agnosia): le resulta difícil reconocer a las personas con las que convive. Descuida su higiene personal y aparecen rasgos de tipo psicótico: imagina que ve personas que no existen, escucha ruidos que nadie oye o piensa que alguien va a venir a por él. Además, en ocasiones pregunta por personas que ya murieron y empieza a hacer acciones repetitivas. En esta fase ya se necesita la ayuda de un cuidador.
Fase grave
Las facultades intelectuales del enfermo se ven completamente afectadas. Es una fase de dependencia total. El enfermo no reconoce a sus familiares y, en ocasiones, no se reconoce a sí mismo en el espejo. Pierde la capacidad de hablar correctamente, a veces repite frases inconexas o tiene momentos de mutismo. Su desorientación es constante. Se acentúan su rigidez muscular y su resistencia al cambio postural y, en general, pierde el control sobre sus funciones orgánicas. Pierde capacidades automáticas adquiridas como la de comer o la de andar, y tiene incontinencia urinaria y fecal. En muchas ocasiones el enfermo termina encamado y con alimentación asistida.
De momento no existe ningún tratamiento que revierta el proceso de degeneración que produce el Alzheimer, pero sí existen dos líneas de actuación: la farmacológica y la no farmacológica. La primera línea incluye los fármacos aprobados para el tratamiento sintomático de la enfermedad, que son en general elevadores de los niveles de acetilcolina en el cerebro (tacrina, donepezilo, galantamina, memantina y rivastigmina).
En cuanto a la línea no farmacológica, esta incluye psicólogos, fisioterapia en el ámbito de la geriatría y terapeutas ocupacionales, ya que pueden ayudar a ralentizar el proceso de deterioro del enfermo, además de aumentar su calidad de vida.
En Amavir somos conscientes de que nuestros residentes que padecen esta dura enfermedad necesitan los mejores cuidados y la mayor atención. Es por eso que nos comprometemos y nos involucramos al máximo con ellos para lograr que sobrelleven la enfermedad de la mejor forma posible y que tengan una buena calidad de vida dentro de la residencia, realizando diferentes terapias como la prueba del reloj en personas con deterioro cognitivo.