Cada 11 de abril, la sociedad alza la voz para dar visibilidad a una de las enfermedades que actualmente afecta a 120.000-150.000 españoles al año, de los cuales unos 30.000 están todavía sin diagnosticar.
Esta enfermedad neurodegenerativa afecta a las neuronas dopaminérgicas, encargadas de la transmisión de la dopamina, el neurotransmisor responsable del movimiento muscular y el control del sistema nervioso central.
La edad es uno de los principales factores de riesgo, dándose los primeros síntomas entre los 55 y los 60 años. Cuando se inicia antes de esa edad, recibe la denominación de EP de Inicio Temprano. El 90% de los casos suceden de forma esporádica, no se corresponden con ninguna alteración genética concreta.
Su diagnóstico es fundamentalmente clínico, y se realiza cotejando el historial clínico y una exploración neurológica de la persona. No existe ningún marcador bioquímico concreto que determine la existencia de la enfermedad.
Los principales síntomas que dictaminan la presencia del Parkinson son la lentitud de movimientos o bradicinesia, y al menos uno más como temblor en reposo, rigidez muscular e inestabilidad postural.
El Parkinson puede producir otra serie de síntomas no necesariamente motores, como trastornos afectivos, alucinaciones y delirios, trastornos del sueño, sudoración excesiva, estreñimiento, hiposmia y anosmia o alteraciones visuales.
El Parkinson evoluciona de forma diferente en cada persona y a día de hoy no cuenta con tratamiento curativo. Existe una medicación capaz de reestablecer el contenido de dopamina del cerebro, con el objetivo de mejorar los síntomas y la calidad de vida. También puede ser necesario un tratamiento quirúrgico para reestablecer la función motora si no responde correctamente.
Una de las muchas ventajas de vivir en una residencia de mayores, es que están diseñadas para que los residentes tengan una estancia de calidad, y estén en todo momento acompañados por un grupo de profesionales altamente cualificados.