Cuántas veces la frase “¡me siento como un chaval!” sale de boca de una persona mayor. Todo adulto conserva una parte infantil que no debería reprimir. Desde el niño interior, se disfruta de la vida, los mayores se divierten y son creativos. Los expertos en psicología aconsejan recrearse en esa parte infantil toda la vida y, en caso de no saber cómo hacerlo, es posible recurrir a una gran variedad de actividades que ayudan a ello. Los campamentos para mayores son una opción novedosa y valorada de manera muy positiva.
Hay que tener en cuenta que si bien no se pueden plantear las mismas actividades que para los más pequeños, tienen algunos elementos en común, como la posibilidad de aprovechar la naturaleza y la montaña. Las personas mayores pueden realizar pequeñas excursiones adaptadas a sus posibilidades y en grupo. Algunas, que pensaban que no podían caminar más de 200 metros seguidos, se pueden sorprender de la facilidad con la que realizan excursiones ligeras, acompañadas y mientras charlan con otras personas. Esta relación con la naturaleza es fuente de bienestar y de salud. No es un tópico, sino una realidad.
Otra observación sorprendente es que también pueden disfrutan de los juegos de pistas, tipo gincana. Es una forma de desinhibirse, de perder la vergüenza y de relacionarse entre sí. No obstante, estos campamentos tienen diferencias sustanciales respecto a las infantiles y los viajes organizados. Una de ellas es que se les permite autogestionar su tiempo libre. Ellos deciden qué desean realizar, a partir de una lista de posibles actividades, como macramé, manualidades, ir a buscar piedrecillas para un collage o troncos para tallar un silbato o un bastón. Otra diferencia importante es que no se les da todo hecho. Si deciden hacer una barbacoa, se propicia que sean los protagonistas y se dividan las tareas (encender el fuego, cocinar, poner la mesa) para elevar su autoestima y hacerles sentir útiles.
Todas las orientaciones de psicología defienden que la personalidad se compone de tres partes -la del padre, la del adulto y la del niño- y que las personas se desenvuelven con una u otra según las distintas situaciones a las que se enfrentan. La parte padre es la de la prudencia, la que sale a escena al cuidar de los hijos o de uno mismo, o la que lleva a seguir las enseñanzas de los adultos. La parte adulta es la más equilibrada y amplia de la personalidad, que se saca en el trabajo y permite adaptarse a distintas circunstancias. Por último, la parte del niño es la que permite disfrutar, reírse de las cosas, gastar bromas, ser creativos y originales, tal y como explica Mónica Dosil Pared, psicóloga de adultos y coordinadora de ISEP Clínic Castelldefels (Barcelona).
Sin embargo, con el paso de los años, esa parte infantil tiende a disminuir. Algunos adultos que de pequeños no pudieron ser niños, porque tuvieron que asumir ciertas responsabilidades, tienen más dificultades para disfrutar de esa faceta de la personalidad. Pueden ser personas más aburridas, serias, introvertidas y estáticas. En cambio, las personas cuyos padres les permitieron comportarse como niños, en su etapa adulta tienden a buscar más el disfrute y a ser más pasionales. Nuestra parte niña es la más atractiva de la personalidad. A cualquier adulto le gusta disfrutar de una sonrisa, de algo divertido, es la parte de las ideas, de la diversión, de las bromas, de la alegría.