La artrosis no es una enfermedad en sí, sino una consecuencia del envejecimiento. Es la destrucción del cartílago que cubre el hueso en las articulaciones y que pierde así su función de cojinete o almohadilla, por lo que la articulación tiene menos movimiento y se hace dolorosa. La artrosis afecta con mayor frecuencia a las manos, la columna vertebral, las caderas y las rodillas, y es en estos dos últimos lugares donde más perjuicios suele llegar a provocar.
Aunque no se conocen con certeza las causas de la artrosis, sí se sabe que los riesgos de padecerla aumentan con la edad y que un exceso de peso contribuye al desgaste de las articulaciones. Por ello la mejor prevención es evitar el exceso de peso en la articulación (disminución de la obesidad) y la sobrecarga excesiva o una inadecuada práctica laboral, así como la realización de un ejercicio físico adecuado y equilibrado.
Para tratar la artrosis, los médicos recurren a los analgésicos del tipo paracetamol, calor local y ejercicios. El calor relaja los músculos doloridos y estimula la circulación sanguínea en la región afectada. Por su parte, el frío provoca la constricción de los vasos sanguíneos y bloquea el influjo nervioso en la articulación, con lo que la parte dolorida se queda como adormecida, lo que también supone una terapia eficaz. En los casos de artrosis graves, se puede recurrir a la cirugía. La cirugía ortopédica, en particular la colocación de prótesis de rodilla o de cadera es una gran alternativa cuando el dolor y/o la incapacidad afectan a la calidad de vida. Los resultados suelen ser excelentes y no están limitados por la edad.
Una recomendación fundamental en el cuidado de la artrosis es la conservación de la agilidad de las manos. Las manos son un tesoro. Cuando las manos están bien, pueden abotonar la ropa, girar la llave en la cerradura, coser, hacer punto, manualidades, sujetar el cuchillo y el tenedor… Por eso es importante mantenerlas ágiles y flexibles durante el mayor tiempo posible. Algunos ejercicios contribuyen a ello de forma eficaz. A continuación se proponen algunos, sencillos de realizar, que se pueden practicar primero con una mano y después con la otra, cuantas veces se desee, siempre y cuando no provoquen dolores:
Llenar un barreño con agua caliente. Tanto fuera como dentro del agua, agarrar una esponja, apretándola y soltándola sucesivamente, primero con una mano y después con la otra.
En el mismo barreño, sustituir el agua por arena y esconder en ella una docena de objetos pequeños. Con los ojos cerrados, buscarlos e identificarlos por el tacto.
Colocar canicas (de venta en grandes superficies y en jugueterías) dentro de una bolsa y hacerlas rodar con la palma de la mano para activar la sensibilidad táctil.
Colocar una goma elástica alrededor de los dedos y tratar de separarlos, procurando alejar lo más posible el pulgar del meñique.
Con el antebrazo en reposo sobre la mesa, hay que coger dos pelotas de ping-pong y hacerlas girar primero en un sentido y después en otro. Todos los dedos trabajan al mismo tiempo, pero es el índice el que hace girar las bolas. Es un ejercicio que favorece la circulación y, a la vez, relaja.